Después de 32 años, Guadalupe le pone fin a una historia en la UDEP —a la que considera su segundo hogar— tejida con esfuerzo, optimismo y calidad humana.
Por Manuel Camacho-Navarro. 12 diciembre, 2024.Guadalupe Sánchez Vite tiene 67 años de edad y 32 de estos como personal de limpieza en la Universidad de Piura. Por ratos parece callada, por ratos ensimismada. Está sentada sobre una banca. No se recuesta; más bien, mira los árboles, a los alumnos pasar, y oye al viento susurrar.
“Uy, aquí era puro campo. Nosotros veníamos a pie de nuestras casas. Aquí donde estamos sentados, todavía no había nada, era puro arenal”, cuenta con voz rumorosa. Para ella, su jubilación marca el fin de una historia y el comienzo de otra nueva.
Lo que se va
Guadalupe entró a trabajar a la UDEP en 1991, convencida por su prima, quien trabajaba en el campus. Para entonces, Sánchez estaba casada y tenía cuatro hijos. Las demandas del hogar crecían con los hijos y un ingreso extra no venía mal.
Ella forma parte de las más de cuarenta mujeres que ingresaron como personal de limpieza durante las dos primeras décadas de historia universitaria. Este año, concluye su servicio, pero antes ya ha visto irse a más de una docena de sus compañeras. “Ahora no somos más de ocho o diez”, cuenta.
Conserva memorias específicas, que involucran gratas y nostálgicas experiencias con estudiantes de diversas generaciones. Por ejemplo, recuerda una anécdota con una alumna de Ingeniería: “Hubo una chica que no quería entrar al salón para dar su examen. Yo le digo: ‘Pero, señorita, entre. Usted ha estudiado’. Me decía que no se acordaba de nada. ‘Yo le echo la bendición, señorita, para que pueda entrar’, le dije. Y entró, pues. Llorando entró. Después ya, otro día, me la encontré en el baño. ‘Señorita, ¿cómo le fue?’, pregunté. ‘Ay, señora’ —me abrazó bien duro— ‘usted me dio ánimos. Usted fue como mi madre. Me ganaron los nervios, señora. Pero entré y me acordé de todo’… De allí no volví a verla porque nos rotaron.”
En el tiempo que ha pasado en UDEP, ha enseñado a guardar el orden, a mantener la limpieza y a fomentar hábitos en aulas, oficinas, laboratorios; ha enseñado también a profesores y alumnos, porque su trabajo deja aprendizajes.
Lo que se queda
Guadalupe Sánchez guarda un agradecimiento especial para la UDEP. Uno de sus cinco hijos se graduó en esta casa de estudios.
“A mi último hijo lo tuve mientras trabajaba acá. Alrededor del 2012, nos reunieron aquí y nos dijeron que existía la posibilidad de que nuestros hijos estudiaran gratis aquí. Mi hijo estaba justo en la secundaria. Entró a estudiar en el 2012 y pagábamos solo la matrícula dos veces al año”, narra con profundo agradecimiento.
Otro recuerdo que lleva consigo es el de las catástrofes climáticas en Piura, por El Niño. Sánchez recuerda la solidaridad del personal administrativo y la ayuda material que le brindó la UDEP. “La primera vez fue en el 97, cuando hubo esa lluvia durísima y todo se inundó. Nos dieron ladrillo, calaminas y calaminón para construir. En la última lluvia que hubo, también nos ayudaron”, comenta.
Guadalupe en estos más de 30 años ha forjado amistades. Martha Vargas, asegura que será quien más la extrañará. “Siempre hemos estado juntas con Lupe. Nos hemos contado muchas cosas nuestras y de nuestros hijos, y nos apoyábamos. Me da mucha alegría que ella haya cumplido su tiempo de servicio y que todavía esté bien de salud. Es una buena persona, una buena madre; trabajadora y responsable. En la UDEP nos enseñaron a ser buenas personas y eso transmitimos a nuestros hijos”, cuenta enfática y nostálgica.
Su amiga de experiencias imborrables —de largas caminatas, sustos de leyendas de campo y el “loquerío” de la ‘hora loca’ de Alan García—, siente alegría y tristeza por la partida de su mejor amiga, “su amiga del alma”, y desea que Guadalupe esté más tiempo con su familia y disfrute “de los años que nos quedan.”
“Ella hace su frito en su casa y sus tamales. Se siente contenta porque, a través del trabajo, ha sacado adelante a sus hijos. Pero hoy, ya que ella se va, tendrá más tiempo libre… será bueno que se lo dedique a sus hijos, a sus nietos”, dice Martha.
Lo que perdura
Ahora, Guadalupe Sánchez se recuesta en la banca. De a pocos, la tarde oscurece. El viento acaricia sus mejillas y la luz filtrada por el cielo lila de una despedida deja ver sus ojos vidriosos. “El ambiente —rumora para sí misma— creo que se extraña eso. Mis hermanos me dicen: ‘Vente al campo y criamos animales’. Yo sí me acostumbro en el campo. Es más tranquilo. Y la universidad es igual. Eso me gusta, se siente paz.”
Guadalupe se despide; se hace tarde. Como un suspiro indescifrable de recuerdos, toma aire y sonríe. “Aquí he dejado todos los años de mi vida. La universidad me brindó la oportunidad de salir adelante. Este lugar ha sido como una segunda casa. Formas una nueva familia. He sacado adelante a mis hijos, pero nada es perfecto. Solo Dios es perfecto. Somos aves de paso. Ahora ya me toca descansar”, termina.
Guadalupe ha cumplido su labor. ¡Gracias por su trabajo bien hecho!
Editado. Si desea ver la galería de fotos de la entrega del reconocimiento, puede hacer click aquí.